Lectura: 1
Corintios 15:20-28.
"Y
muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el
sol" Marcos 16:2
Imagina
lo que sería si nos acostáramos una noche sabiendo que el sol no saldrá a la
mañana siguiente. Piensa en el frío, la oscuridad sin fin, las inevitables
garras de la muerte que, poco a poco, recorrerían toda la tierra. Las plantas
secarían, las flores se marchitarían, los árboles morirían y todo lo que vive
perecería por falta de luz solar.
Pero ¡bendito
sea Dios! El sol sale todos los días; su cálida luz, que da vida, inunda la tierra.
A la "muerte" de una puesta de sol le sigue la
"resurrección" del amanecer del siguiente día, y nuestra esperanza se
renueva. Todas las mañanas, los rayos solares nos recuerdan que la larga noche
del pecado y de la oscuridad darán paso al día eterno en el cielo.
Más
segura que la salida del sol por la mañana es la certeza de nuestra
resurrección en Jesucristo. La oscura noche de la muerte cayó sobre Él y Su
cuerpo sin vida fue puesto en la tumba. ¡Pero resucitó! Y en Su
resurrección está la promesa de nuestra vuelta a la vida. El apóstol Pablo
declaró: "En Cristo todos serán vivificados" (1 Corintios 15:22).
La
próxima vez que veas salir el sol y mires sus rayos que iluminan el cielo de la
mañana, deja que tu corazón se llene de esperanza. ¡Es un recordatorio de
la certeza de tu propia resurrección!.
Reflexión:
La resurrección de Cristo garantiza la nuestra.
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